Los arquetipos, según Platón, existen eternamente desde el inicio del tiempo y están allí, esperando ser invocados al mundo material desde el plano de la idea. Esperan a una mano, un cerebro, una voluntad para precipitarse y tomar posesión de los átomos que les corresponden. Así que, según esa idea, todas las formas posibles salen de su eterno letargo en el momento justo en que alguien sirve al propósito de traerlas al mundo manifiesto.